Por Rosa
El domingo pasado, por undécimo año consecutivo, llamé a mi madre para desearle un "feliz día de la madre", pero no pude verla. Soy una de los 12 millones de personas indocumentadas en Estados Unidos. Por más que quisiera ver a mi madre, ir a mi casa en Honduras podría significar no regresar a Estados Unidos. Como principal sostén de mi familia, no puedo dejar que eso suceda.
Honduras es uno de los países más pobres en América Latina; un tercio de las personas que viven mi país sobrevive con menos de un dólar al día. En casa hay muy pocos puestos de trabajo y pocas oportunidades; desastres naturales azotan continuamente así como la sequía; la desnutrición, el hambre y la pobreza son siguen presentes en cada rincón de mi país. Trabajar en Estados Unidos y enviar dinero a mi familia, permite que ellos vivan por encima de la línea de pobreza. El dinero que he podido enviar a casa ayuda a alimentar, vestir y poner un techo sobre mis padres, mis hermanos y mis sobrinos. Sin mi ayuda, no sé qué pasaría con ellos. Cuando oigo personas decir cosas crueles sobre los inmigrantes indocumentados, me pregunto si ellos dejarían sus familias sufrir o morir de hambre si estuvieran en la misma posición.
El pueblo y el gobierno de los Estados Unidos han hecho mucho para ayudar a mi país:— han enviado ayuda alimentaria en tiempos de crisis e implementado programas que han mejorado enormemente la nutrición materna e infantil. Aprobar una reforma migratoria compasiva e integral es otra parte de esa respuesta al hambre. Un camino a la ciudadanía para las personas en mi situación nos permitiría continuar ayudando a nuestras familias en casa, sin vivir en constante temor a la deportación. He trabajado duro desde mi llegada a Estados Unidos: he tenido el mismo trabajo durante años, soy activa en mi iglesia, soy voluntaria en mi comunidad y me he graduado de la escuela secundaria. Quiero ser capaz de continuar contribuyendo a la economía de este país y proveer para mi familia.
La reforma migratoria también reduciría la tasa de pobreza en Estados Unidos. Hasta un tercio de los inmigrantes indocumentados en Estados Unidos viven en la pobreza, y la tasa de pobreza para sus hijos, muchos de los cuales son ciudadanos de este país, es superior al 40 por ciento. ¿Cómo puede uno de los países más grandes del mundo permitir que esto continúe?
El pasado viernes, Pan para el Mundo entregó más de 3,000 firmas a la oficina del líder de la Cámara Baja, John Boehner, pidiéndole que ponga una reforma migratoria a votación. Queda pocos días legislativos antes de que el Congreso entre en receso. Tu voz puede ayudar a avanzar la reforma migratoria de una lista de propuestas a una realidad: por favor pídale a su representante que exhorte a Boehner a poner a votación una reforma migratoria.
Mi historia no es única. Conozco madres que han venido a Estados Unidos para ganarse la vida y deben dejar a sus hijos con familiares y otras que han visto sus hijos salir a los Estados Unidos, y nunca llegan a verlos crecer. Mi fe en Dios, mi fe en el Congreso para hacer las cosas bien y mi fe en la gente como tú me llevan a creer que podemos pasar una reforma migratoria integral ahora. Las personas que viven con el temor de ser separadas de sus hermanos, hermanas, hijos, hijas, padres y madres — o de no verlos nuevamente — no pueden esperar.
Rosa es una de los 12 millones de personas indocumentadas en Estados Unidos y es activista de Pan para el Mundo.
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